El caso es que en los últimos años cualquiera tiene un tatuaje. Unos son bonitos, pequeños y de buen gusto. Otros son algo cutres o están en zonas tan novedosas como el cuello, la lengua o el boom de los caracteres chinos detrás de la oreja. Hemos pasado de "esconder" el tatuaje y solo verlo nosotros a exponerlo cuanto más mejor.
Si no que se lo digan a la joven belga Kimberly Vlaeminck, que un día acudió demasiado envalentonada a un centro de tatuajes para "alegrar" un poco su triste apariencia. Podía haber elegido el típico delfín en la cadera, la florecita en la muñeca, un lunar a lo Marilyn o el conejito de Playboy en el culo. Pero no, Kimberly quería todo a lo grande, quería convertir su cara en un firmamento no de dos, cuatro o seis estrellas, sino de ¡¡¡56!!!
No sabemos si fue por la bronca que le pegó su padre cuando volvió a casa o porque realmente no le gustó el trabajo -Kimberly llegó a calificarse de "monstruo"-, pero la valentía de esta joven se transformó en mentira y cobardía y le echó toda la culpa al pobre tatuador argumentando que se había quedado dormida y que el hombre había ido por libre.
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